7/3/18

Cristina Fallarás rompe el silencio impuesto en su familia, nacional y republicana, tras la guerra civil. "No sabía quién era. Me robaron una parte de mi pasado"

"(...) a Presentación le matan a su hombre y tiene que sacar adelante ella sola a sus dos hijos. Limpiará baños, los baños del teatro, y extenderá la mano para que el público del teatro —el teatro de Félix el Chico, el tramoyista, el que se llevaron de su casa a culatazos, el de la tapia del cementerio de Torrero— le alcance unas monedas. Vestirá a coristas. Trabajará como una esclava. Y, sobre todo, estará callada.

- Su padre se casó con la hija del militar asesino de su abuelo, y usted se crio en esa familia. La heredera de la víctima y del verdugo...
- Ahora soy heredera de ambos. Hasta hace poco sólo era heredera de uno. Yo soy hija y nieta del franquismo: de la riqueza, del expolio, del dolor infligido, de la comodidad que brindaba crecer y vivir con los ganadores… No me di cuenta de esto cuando me desahuciaron, porque mi compromiso social viene de mucho antes. Aunque es cierto que su elaboración teórica tiene que ver con mi empobrecimiento radical. Hasta que no tuve nada que perder, no pude enfrentarme a ello.

- ¿Ha tenido alguna vez la sensación de que fue secuestrada por el enemigo? O sea, por sus abuelos nacionales, los ganadores.
- No. Yo soy los enemigos. Tengo la soberbia de los enemigos. Tengo el arrojo de los enemigos. Tengo la confianza en mí misma que me ofrece haber pertenecido a quien ganó. Mi conflicto no es de clase, sino teórico, práctico y político. Yo soy el enemigo.

- La úlcera del bando nacional.
- Exacto [guiña el ojo; a veces, Fallarás también arquea la ceja, como la abuela María Josefa cuando sonreía]. Yo soy al que me enfrento.

- ¿Se ha sentido alguna vez culpable por el asesinato de su abuelo Félix?
- No. Es que mi abuelo Félix no existía. De hecho, acaba de nacer. No es que me hurtaran a un abuelo, es que jamás lo eché de menos. Si no construyes la idea de un abuelo, no te duele su ausencia.

- En su honor, ¿fomentaría, impulsaría o aprobaría una ley que perjudicase a sus abuelos maternos?
- Yo estoy a favor de eso sin la memoria de ningún abuelo, y llevo tiempo practicándolo. Incluso le daría la bienvenida a una medida que me perjudicara a mí misma. Yo estoy a favor de una ley que me quitara las propiedades que pudiera recibir en cualquier momento. ¿Me explico? Yo soy heredera de eso.

Otro pequeño detalle, que encierra un mundo: cuando Félix Fallarás —el hijo del cabecilla de la UGT que cae en la tapia de Torrero, ante un pelotón de fusilamiento entre el que se contaba su abuelo materno— se presenta a la Jefa, la que sería su suegra, María Josefa, ésta le pregunta: "Y tú, hijo, ¿cuánto ganas?". No le pregunta cuánto tiene, porque tener, ya tiene ella, y porque sabe que él nada tiene. No es lo mismo tener que ganar; la riqueza vieja, que la nueva riqueza; lo heredado, que lo sudado.

El sudor huele.

El empleado le dice lo que gana en el banco, donde había conocido a la que será su esposa, y la futura suegra le responde: "Con eso mi hija no tiene ni para papel higiénico". Fallarás cuenta tanto en tan poco: hay fogonazos en la novela que esbozan en un par de líneas la historia de media España, no importa cuál.

Escribe Cristina en el libro: "El joven Félix Fallarás quería casarse con la hija de la Jefa y el coronel, qué osadía, quería casarse él, un hijo del hambre, un hijo de la muerte merecida, un nieto del teatro y el socialismo".

Capuletos y montescos. Flamencos y tarantos. Una ocurrencia boba que la autora desecha. “Mis padres deciden dejar de pertenecer y se agarran el uno al otro de tal modo que lo que yo heredo como hija es el mandato de ser contra viento y marea”.

Claro, pero el pasado…

“Mis padres se aman con un amor esférico, absoluto, compacto, inabarcable… Mi hermana y yo hemos conseguido a duras penas rebotar contra él”.

Pasa que no hay pasado. No hay memoria. Apenas silencio. ¿Hemos dicho ya que el libro trata precisamente de eso? Cristina hace sonar la bocina:

“Un abuelo rico y fascista. Un hijo de la represión, del asesinato, de la pobreza y del socialismo. Ninguno de ellos sabe cuál es la historia del otro”.

- ¡Silencio, se rueda!
- ¿Cómo se explica si no que arrasaran con los logros de la República, que hubiese una guerra, que durante cuarenta años no pasara nada y que en los siguientes cuarenta no se haya recuperado lo anterior? ¿Cómo se explica? Los mataron a todos. Las mataron a todas. Arrasaron la inteligencia y el pensamiento de España. ¡Tierra quemada! Y lo que una hace es cerrar las piernas para que no te rompan el coño. Tienen cojones estos [piiiiiiiii] del PP y del franquismo para darnos luego a leer a Machado y a Lorca...

- Doble victoria: la de la guerra y la del mutismo.
- Triple victoria: la de la guerra, la del silencio y la de la democracia. ¿Qué está pagando el PP con nuestro dinero? ¡Una mierda está financiando el partido! Está destinando nuestro dinero a las empresas del Ibex, que siguen siendo franquistas: Villar Mir, Martín Villa… No nos engañemos: seguimos pagando el franquismo cuarenta años después. (...)

- ¿Cree que se hablaba o se habla más de lo que pasó en la guerra civil en las familias nacionales que en las republicanas?
- Me importa un pito la guerra civil. El problema no es la guerra civil, sino la construcción del franquismo y de la democracia franquista, que nos obliga a interpretar los últimos cien años como una guerra civil. ¡No, compañero, no! La guerra civil sólo duró tres años. Y luego ya no hubo hombres: ni maestros, ni científicos, ni políticos, ni empresarios, ni nada.

- Pero su familia paterna callaba, mientras la materna contaba batallitas.
- La familia de mi madre lo contaba todo entre risas. No les importaba reconocerse como asesinos o criminales, porque hay un orgullo básico y ni siquiera lo consideran crimen. De mi padre heredé el silencio, y este libro es un acto para que mis hijos no lo vuelvan a heredar.

Pese a todo —pese a quien pese, decía Aznar—, en la novela no se juzga a nadie. “Ni a las personas, ni sus intimidades, aunque sí juzgo la construcción política que nos hurta una parte de lo que somos y, con ello, asesina una parte de nosotros”.

“Yo no violento nada. En este libro no hay revolución”.

Cuando escribió la última palabra, “vivos”, se lo entregó a sus padres y les dijo: “Si no queréis que lo publique, inmediatamente lo quemo”. Los libros de Cristina arden mal.  (...)

- Los hijos y nietos del franquismo heredan el sufrimiento de sus padres y abuelos, según Clara Valverde. Llega a través de la periodista Elena Cabrera tanto a ella como a su libro Desenterrar las palabras. Transmisión generacional de la violencia política en el siglo XX del Estado español. En él, describe que esos hijos y nietos son víctimas de adicciones, anorexia, inseguridad, miedos, suicidios... ¿Explica eso sus demonios?
- Claro. Aunque mis demonios son injustificables. ¿Me agarro a eso porque soy nieta o me aprovecho de ello? Ahí hay un juego. Yo me he drogado hasta las cachas, como todos los de mi generación. 

Yo he vivido situaciones de violencia imperdonables, y las he permitido. Yo he sufrido agresiones sexuales imperdonables, y las he permitido. Y mi generación moría en los billares, debajo de la mesa con la chuta en el brazo. Puedo agarrarme a eso para justificarlo, pero me niego a frivolizarlo. Desde que escribí esta novela, no permito la frivolidad ni el cinismo sobre aquello que nos ha convertido en basura.

 Porque somos basura. Ahora mismo, estamos tomando esta copa y pergeñando una entrevista en un diario de izquierdas porque vivimos en un pequeño mundo blanco, masculino, obeso y triste, en cuyas fronteras agonizan millones de personas. Y mientras bebemos, no nos preocupa eso.  (...)

- En definitiva, salió a buscar a sus muertos para no matarse, para saber quién era, para ver si esa pesquisa sanaba. ¿Pero sanar de qué?
- De lo mío [risas]. Llevaba muchos años haciéndome daño. Tenemos dos daños básicos: uno es un daño íntimo y el otro, compartido. He tenido una cierta tendencia a la autolesión: no a hacerme rajitas en el brazo, sino a la humillación y a la infravaloración. 

De hecho, casi todas las mujeres de mi generación lo tenemos, porque si no no habría sido tan brutal el machismo contra nosotras. Y luego hay una construcción generacional de la autolesión, porque nosotros nos matábamos alegremente. 

Yo me he encontrado con chicos muertos con la chuta en Zaragoza, en San Sebastián, en… A mi pareja no le queda ningún amigo vivo de su quinta. Los que no se cargó la heroína, los remató la cocaína. ¿Por qué no nos hemos preguntado qué es eso?

- ¿Y su herida? ¿Está cicatrizando?
- Ya no está. ¡Ya no está! Ya no está… Y si estuviésemos en la película Drácula, de Bram Stoker, dirigida por Francis Ford Coppola, a todos los miembros de mi familia y a sus allegados empezarían a cicatrizarle sus heridas sin darse cuenta: ¡ssssssssh! 

Hay algo boscoso y vegetal que presta su humedad a los campos secos donde nada podía curarse. Y este relato lo cura, porque no es un relato burdo, ni culpabilizador, ni que juzgue a nadie. Todo relato se consigue para pertenecer, y yo pertenezco a este relato."            (Entrevista a Cristina Fallarás, Henrique Mariño, Público, 01/03/18)

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