"Las mujeres detenidas evitaban ir al baño porque allí era donde los
guardias las violaban a su antojo. No era el objetivo inicial del
recinto de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), pero sí un
ejemplo del infierno en el que se convirtió uno de sus edificios, el
Casino de Oficiales, en Buenos Aires (Argentina).
Gran cloaca de la dictadura de Videla
(1976-1983), fue uno de los mayores centros clandestinos de detención,
tortura y exterminio (CCDTyE) y un agujero negro para los Derechos
Humanos: desde allí se hizo desaparecer a cerca de 4.000 personas a
través de los ‘vuelos de la muerte’, aviones que los arrojaban todavía
vivos al mar.
Este miércoles, por primera vez y después de cuatro décadas, la
Justicia argentina condenó a los responsables de los crímenes de lesa
humanidad practicados en la ESMA: las 54 imputaciones por delitos contra
789 víctimas se saldaron con 29 cadenas perpetuas, 6 absoluciones y
penas de prisión de entre 8 y 25 años para el resto de acusados.
Hace 10 días visité la ESMA y el edificio Casino de Oficiales sigue
siendo aterrador. Dentro del recinto arbolado, de 17 hectáreas y
salpicado por una decena de construcciones, el centro de oficiales
centralizó las detenciones y las torturas.
En la tercera planta y en la
buhardilla yacían los detenidos, en nichos de 200 por 70 centímetros,
sobre finos colchones en el suelo, con las manos siempre esposadas,
grilletes en los tobillos y atados a una bala de cañón de 20 kilos. Dos
ruidosos extractores daban algo de ventilación al espacio de reclusión.
Las pequeñas ventanas estaban tapiadas y apenas entraba algo de luz
natural, rebotada desde los camarotes aledaños.
Pero poco importaba la luz porque los detenidos tenían, en todo
momento, la cabeza cubierta con una capucha (por eso estas dos
dependencias eran conocidas como ‘Capucha’ y ‘Capuchita’). Unos pasaban
así entre 10 y 15 días. Otros, años. Podían subirse la capucha hasta la
nariz sólo para comer. Excepcionalmente, también podían descubrirse en
el baño.
Los médicos controlaban que los presos comiesen lo
indispensable para seguir con vida: mate cocido con pan, una taza de
caldo, dos panes con carne fría, algo de agua, una naranja.
Tras el internamiento, se les drogaba con pentotal, se les desnudaba y
se les trasladaba a los ‘vuelos de la muerte’.
Entre los casos más
aterradores, destacan los de las mujeres: además de las violaciones en
los baños, las embarazadas permanecían en la ESMA hasta que daban a luz.
Entonces, las madres eran enviadas a los ‘vuelos de la muerte’ y sus
hijos entraban en la red clandestina de tráfico de bebés robados.
En la actualidad, la ESMA organiza una visita guiada por supervivientes
una vez al mes. El centro, reconvertido en un museo al servicio de la
memoria histórica, es un ejemplo mundial de educación y concienciación
para las nuevas generaciones. Todos los días hay decenas de visitas
organizadas por colegios e institutos para que los jóvenes conozcan las
atrocidades cometidas." (Daniel Ayllón, La Marea, 30/11/17)
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