"(...) La ley del deslinde comunal que arrebató
a los terratenientes las tierras que ellos anteriormente habían
usurpado provocó una represión atroz, innombrable, en las Cinco Villas.
Los franquistas sacaban a la gente de su casa para matarlos.
En Ejea los
falangistas entraron atropellando y fusilando, daban brutales palizas a
presos colgados de los pies. Los ediles pagaron con su muerte la osadía
de haber ganado unas elecciones. En Sádaba se asesinó a la totalidad de
la corporación municipal republicana. Un teniente fascista se
encaprichó de una niña de Uncastillo, muerto el padre en el frente
republicano, fusilaron a la madre por “roja”, y la niña fue adoptada
como huérfana.
En Uncastillo fueron asesinados 44 vecinos durante el
verano de 1936 y los meses siguientes. Un camión se llevó a mujeres del
pueblo y otras localidades, para matarlas en Farasdués. Más adelante
otras 17 mujeres fueron fusiladas en Uncastillo.
La familia Pueyo fue masacrada. La
abuela Magdalena Prat Pueyo se mantuvo siempre firme. Fusilaron a sus 3
hijos, Francisca, Jesús y Pío, y sus 2 nietas Rosario y Lourdes fueron
violadas, asesinadas y quemadas, cuentan que el cuerpo de la pequeña,
Lourdes no ardía. Eran costureras, de las Juventudes Socialistas, habían
bordado orgullosas la bandera Republicana.
El padre de las chicas,
Francisco Malón, asesinadas su mujer e hijas, murió agotado de dolor.
Nunca tuvieron sepultura digna, los cuerpos fueron a parar a fosas
desconocidas. A Pío, concejal socialista, se lo llevaron a fusilar con
su tío Ignacio Maisterra. A Jesús, 4 falangistas se lo llevaron al
cuartel con otros detenidos.
Cuando los sacaron de los calabozos, los
subieron en un camión como animales, todos estaban ensangrentados,
habían sido golpeados con saña, el carpintero Maza, tenía un ojo salido.
El camión salió hacia Luesia, fueron fusilados a las puertas del
cementerio de aquel pueblo.
Las ejecuciones eran públicas y de
obligada asistencia. Después había que terminar la obra, quitar las
ideas socialistas de hijos y familiares a través de la iglesia,
obligados a confesar, imponiendo la religión a la fuerza.
En la memoria
permanece imborrable la imagen de curas con pistola al cinto saliendo en
camiones al monte a «cazar» a los huidos. Como la familia Pueyo, muchas
otras fueron castigadas, sin poder manifestar dolor ni rabia, y
debiendo obligadamente pensar únicamente en sobrevivir." (Documentalista memorialista y republicano, 25/07/17)
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